Monasterio de la Inmaculada
y de Santa Beatriz
Monjas Concepcionistas O.I.C.
Calle Virgen 66
13600 Alcázar de San Juan
(Ciudad Real)
España
Telf.:
926 540 009
Llamadas de 9 a 13 h.
Horarios de celebraciones
en el Monasterio
SANTA MISA
Invierno :
De Lunes a Viernes
A las 9:00 h.
Sábados, Domingos y festivos
A las 18:00 h.
Verano :
Todos los días a las 19:00 h.
Jardines del Monasterio
"Oh Señor, Dueño nuestro, qué glorioso es tu nombre en
toda, la tierra" (Salmo 8,2). Es ungüento derramado en
toda la creación, que las concepcionistas contemplamos
y adoramos".
Todo en el Monasterio nos ayuda
a la contemplación del que
nos llamó a "estar con él" a seguirle muy
"de cerca" por ello
le decimos que sólo deseamos
tener sus mismos sentimientos
y obras, los que tuvo durante su vida terrena.
Toda la creación en su orden, en su paz, en su belleza, en su armonía cuando
el hombre no la violenta, es una manifestación del nombre adorable de Dios,
de su Ser, de su Paz, de su Amor, de su Vida, de su Bondad, de su Belleza,
que se derrama como un ungüento. “Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu
nombre en toda la tierra!” En toda la tierra. En el canto del ruiseñor,
en el perfume delicado de la rosa, encontramos la suavidad de Dios.
Todo ello pregona dulcemente la huella divina; todo ello es una
transparencia viva del amor divino hacia nosotras.
Invernadero del Monasterio
En la creación ha derramado su bondad y amor, que es su Nombre, abundantemente.
Ha sembrado la tierra de bienes. Así lo canta la Biblia: “Tus acciones, Señor,
son mi alegría, y mi júbilo las obras de tus manos. ¡Qué magníficas son tus obras,
Señor, qué profundos tus designios! El ignorante no los entiende ni el necio se
da cuenta” (Sal 91,5-7). Así es, hermanas queridas, así es, el necio no se da cuenta.
Pero no debe ser así en nosotras, que hemos recibido esta vocación de cantar,
amar y vivir la belleza y la santidad de la creación. Nosotras sí debemos empeñarnos
en entender el profundo amor de Dios que encierra la creación, y sus designios divinos.
Aquí debemos movernos en nuestro propio ambiente, viviendo, contemplando y
amando el amor divino en toda la creación. Y tratando de ser reflejo del modo
de ser de Dios, de su paz, armonía, sobrenaturalidad, ausencia de violencia,
santidad, como lo reflejó nuestra Madre Inmaculada, hemos de encontrar y
contemplar en lo creado el beso de Dios a la tierra, la suavidad de sus perfumes.
Beso divino y perfumes de santidad y eternidad que transformen nuestra existencia
y la de todos los hermanos; de modo que pueda llegar a su plenitud todo lo creado.
La contemplación de toda la creación evoca la nuestra, y nos adentra más y
más en la espesura del amor divino y en su fuerza creadora: “Arrástrame tras de ti:
¡corramos!” (Cant 1,4), le decimos. Corramos para entrar más hondamente en el
conocimiento del amor e intimidad divina que encierra la frase: “Hagamos al hombre
a nuestra imagen según nuestra semejanza” (Gén 1,26). No somos ahora, pues,
nosotras, el objeto de nuestra contemplación, sino Dios mismo amándose en el
Verbo de nuestra creación.
Dios comenzó su relación con nosotras y su intimidad por medio de la vida.
¡Comunicándonosla! Comunicándonos su espíritu que es el que nos dio la vida
natural y la sobrenatural. Pues por ahí vamos a comenzar nosotras nuestra
intimidad con Él y el proceso de oración o vuelta a su imagen de santidad,
contemplándole en cuanto tiene vida.
Lo hacemos primero contemplándole en la creación, que es lo más tangible y
fácil de contemplar. Si lo hacemos con la simplicidad del niño (Lc. 9, 46-48)
le reconoceremos en todo lo que existe como Fuente de la vida. En la belleza
de la flor y de toda belleza que existe en la creación descubriremos
la Belleza de su Autor. En la grandeza y majestad de las leyes que
gobiernan este nuestro mundo físico, contemplaremos la grandeza, majestad
y poder de nuestro Creador y Padre. ¿Quién no admira la sabiduría de Dios
en el mundo de los astros, en el de los minerales, en el de los vegetales,
en el de los animales, en el de la naturaleza humana? ¡Cuánta materia para contemplar!
Nos puede ayudar también a contemplarle la misma Palabra de Dios describiendo las maravillas de la creación. Leamos lo que nos dice:
“Por la palabra del Señor fueron hechas las cosas y la creación entera obedece a
su voluntad… la obra toda del Señor está llena de su gloria…
Cuán deseables son sus obras, y aun en una chispita se ve esto.
Todo vive y permanece para siempre… Todas las cosas son distintas
unas de otras y nada ha hecho imperfecto. Una cosa hace resaltar la
bondad de la otra. ¿Quién podrá saciarse de contemplar sus bellezas?”
“Orgullo de las alturas es el firmamento… y la bóveda celeste es un espectáculo
bellísimo. El sol, al surgir, pregona: ‘¡Qué admirable es la obra del Altísimo!’
Al mediodía abrasa la tierra, y, ¿quién puede resistir su ardor?... Grande es el
Señor que lo ha creado… También la luna, siempre fiel a su curso, regula los tiempos…
astro de luz que decrece después de su plenitud… abanderada de las huestes de la altura,
que brilla en el firmamento de los cielos. La belleza del cielo es la gloria de
sus astros, brillante ornamento en las alturas celestes. Por la palabra del Señor
guardan su orden… Contempla el arco iris y bendice a su Hacedor; ¡qué hermoso es su
esplendor! Como pájaros que se posan hace él caer la nieve… Los ojos se maravillan
de la belleza de su blancura, y el corazón se extasía de verla caer. Derrama sobre
la tierra como sal la escarcha… y el hielo se congela sobre las aguas… y como una
coraza la reviste… y el rocío… todo lo alegra…”
“Con un consejo domó el océano… Allí no existen más que obras extraordinarias y
maravillosas, mil géneros de animales y monstruos marinos. Por él, todo concluye
felizmente… Muchas cosas podríamos decir y no acabaríamos. En suma: Él es todo. Y,
¿cómo hallar fuerza para glorificarle dignamente, ya que Él es más grande que todas
sus obras? Alabad al Señor… cuanto podáis, porque está muy por encima de vuestras
alabanzas… ¿Quién podrá engrandecerle como Él se merece? Muchas cosas hay ocultas
mayores que éstas, y pocas son las que hemos visto de entre sus obras”.
(Eclo. 42, 15-25; 43, 1-32).
La contemplación de la creación ha de ser una lectura de las maravillas de Dios,
que nos lleve, sin vacilación, a la admiración y a la alabanza de su Ser divino,
porque es el medio de relación con su sabiduría, poder y bondad divina, que ha de
llenar de gozo nuestro corazón y ha de impulsarlo a vivir la “bondad” de la
creación. Hemos de recordar con frecuencia lo contemplado, la belleza y bondad
que Dios puso en ello y dejar que esa belleza y bondad toque nuestro corazón,
nuestra mente. Éste es el fruto que hemos de sacar de esta contemplación:
ir fijando, poco a poco en nuestra alma la bondad de Dios impresa en la creación,
de modo que nos vaya cambiando. Que la agresividad que radica en nosotras pierda
fuerza, y nos invada, en cambio, la bondad y la paz de Dios.
Dejad que el eco de la voz creadora de Dios y la suavidad de su espíritu vayan
entrando en el vuestro, y veréis cómo comprobáis el cambio en vuestro interior,
y cómo os sentís atraídas por la contemplación, pues llegadas aquí,
la contemplación siempre produce deleite. Y produce luz para creer en Dios
con fe cada vez más viva. Y aviva el amor para comenzar a enamorarnos de Él,
de su sabiduría, de su grandeza, de su ternura, de su bondad. Y nos hace ver
que todo lo que tiene existencia es una chispita y recuerdo del que es la Vida.
Todo lo que tiene belleza es memoria del que la Causa. Todo lo que encierra
ternura o bondad es presencia del que la origina. ¡Dios nuestro Padre, a quien
retornamos, a quien deseamos, a quien amamos!